Página Afros
Las niñas y niños negados en la historiografía colonial
Históricamente las niñas y los niños han estado fuera de los regímenes de la discursividad son los “sin voz” “los subalternos” de la historiografía colonial y discursos en las ciencias sociales. En nuestro país, no fueron objeto de reconocimiento durante la colonia, y menos aún, en los textos de historia.
Acosta Saignes, en su obra, Vida de los esclavos negros en Venezuela, refiere que en 1775, por una Real Orden se mandó que se consultase a la Compañía Guipuzcoana sobre cuántos negros se habrían de introducir en las provincias de Venezuela, refiere que los infantes o mulequines, según la clasificación que se hacía en los negreros, tuvieron un problema durante la última cargazón del Moslley Hill, pues se había acostumbrado siempre a contar como una pieza a las madres y a los niños pequeños. Las clasificaciones mulequines, muleques y mulecones provienen de la lengua kimbundu (muleke). En kimbundu esta palabra estaba relacionada con conceptos como hijo, joven, hombre joven, y en kikongo se aplicaba a infantes y niños. Muleke era una palabra africana, mientras muleque, muleca, mulecón y mulequín son castellanizaciones del término; al igual que pluralizaciones como moleques o muleques.
Mulequines, muleques y mulecones
La clasificación que se hacía para la venta eran de negros piezas, y se establecían medidas estándar de acuerdo al capricho del colonizador, por ejemplo, si a éste le interesaba que sus esclavizados/as midieran 1.80 de estatura, los que no alcanzaban dicha estatura, se completaba la pieza con la medida de algún niño, si lo había. Los menores, hasta los 6 años, eran denominados mulequines; de los seis a los doce, se les llamaba muleques y de esa edad a los dieciocho, mulecones. En otros contextos, la práctica de no reconocimiento a los niños y niñas era la misma; por ejemplo en Río de Janeiro durante los siglos XVIII y XIX, las indicaciones variaban respecto de las edades en que es posible hablar de niños. Indican que de los esclavos que llegaban desde África, sólo el 4% tenía menos de 10 años. Según los registros de inventarios para las zonas rurales de Río de Janeiro, determinan que entre 1790 y 1830, 2 de cada 10 esclavos eran niños entre 0 y 11 años.
Hijos sin madres
En cuanto a las esclavizadas, refiere Michel Ascencio, que éstas podían procrear, pero no podían ejercer su función de madres, pues sus hijos no le pertenecían. Por tanto, Un niño esclavizado/a podía ser vendido, arrendado, heredado o donado, sin autorización de sus progenitores ni compensación económica para ellos, sino que el amo disponía de sus vidas directamente. Un niño/a esclavizado/a se hacía adulto seguía teniendo las mismas obligaciones para con sus amos. Una niña o niño esclavizada/o trabajaba en lo mismo que su madre, mientras se mantenía junto a ella, en contexto doméstico, pero el amo velaba por su educación en labores diversas según sus necesidades, y no las necesidades de la familia esclava, en caso que ésta existiese. A medida que crecían, se les entregaban mayores responsabilidades y terminaban especializándose en ciertas actividades, sobre todo en las plantaciones más grandes, o bien llegaban a formar parte del amplio grupo de braceros. Las niñas que se destinaban a las casas señoriales, muchas veces se quedaban toda su vida en ella, y se transformaban en cocineras lavanderas o en amas de leche de sus amos, y generaban su propia descendencia que, según el caso, era eventualmente destinada a las labores agrícolas o de la plantación, o bien se mantenían en las labores domésticas, perpetuando así generaciones de esclavizados al servicio de una familia. La experiencia vivida durante la colonia contra las y los esclavizados fue un acto de inhumanidad, de cosificación, de no reconocimiento hacia el otro, pues el otro, el o la esclavizada para el colonizador, violador de derechos humanos, no está ahí, es un ente invisible, no existe, es un condenado desde la colonialidad del ser que teorizó Fanon y desde la colonialidad del poder del que tiene la dominación y el control.
La justicia como tarea del siglo XXI
Develar estos hechos ausentes de nuestra historiografía colonial es un deber y un derecho que comulga con las consignas de “Reconocimiento, Justicia y Desarrollo” para las niñas y niños africanos. Nuestras niñas y niños afrovenezolanos son los sin voz de este sistema mundo que los confina a espacios geográficamente alejados, los innombrables dentro de las políticas públicas, de las leyes de protección de sus derechos.
Durante la colonia no reconocidos y en la aldea global actual, siguen esclavizados y esclavizadas con nuevas prácticas: la trata, el trabajo forzado, la prostitución; por tanto es una necesidad imperiosa, sacarlos del anonimato, crear los espacios para su protagonismo mediante una pedagogía política con enfoque étnico afro, situada históricamente; mientras tanto, ahí están las niñas y los niños, mirando el horizonte de ese inmenso mar que los cobija, los alimenta, los recrea, y los hace soñar cada día en la esperanza de otros mundos posibles…
Su futuro inmediato es hoy.