Haití, el olvidado de América
Desde su colonización hasta hoy, Haití ha sido un país azotado por males tanto estructurales como naturales. Su único triunfo fue la revolución de esclavos que lo llevó a la independencia: a partir de ahí, el país caribeño ha sido presa de catástrofes naturales, epidemias, golpes de Estado y dictaduras, y una deuda impagable; dinámicas económicas y políticas de un mundo que no estaba dispuesto a perdonar la precoz rebeldía de los haitianos.
El silencio acompaña a Haití. Siempre planea sobre este país, que ocupa la parte occidental de una isla compartida con República Dominicana y que es el más pobre de América; solo los vientos de los huracanes o los temblores de los terremotos parecen ser capaces de sacudirlo. Empaña todas las revueltas de las que el testarudo país ha sido capaz, desde su olvidada y precoz revolución de 1791, que le otorgó la independencia, hasta las continuas protestas que lo sacuden hoy en día.
Todo aquello que queda antes de que Cristóbal Colón pusiera un pie en la isla en 1492 y decidiera nombrarla La Española también está envuelto en un silencio difícil de penetrar. Poco se sabe de los pobladores originarios de Haití, los taínos, además de que vivían bajo un sistema de cacicazgos y que llamaban a su isla “Quisqueya”. Según el testimonio dejado por Bartolomé de las Casas en 1552, apenas sesenta años después de que se instalara en la isla el primer asentamiento permanente de los españoles, los taínos ya estaban sometidos a su orden: “murieron ellos en las minas, de trabajos y hambre; y ellas en las estancias o granjas, de lo mismo, y así se acabaron tal multitud de gente en aquella isla”.
El exterminio de los taínos provocó que la isla de Santo Domingo, como fue bautizada más tarde, fuera uno de los principales puntos de recepción de esclavos del Caribe. Primero bajo dominio español, los bosques de Haití empezaron a convertirse en campos. Años más tarde, cuando la Corona perdió interés en Santo Domingo para seguir con su búsqueda de oro en otros lugares de América Latina, cedieron a Francia el oeste de la isla en 1697: por aquel entonces, la colonia producía hasta el 60% del café y el 40% del azúcar que se consumía en Europa. Durante una década a finales del siglo XVIII, Haití representaba un tercio del comercio esclavista de todo el Atlántico.
La región del Caribe fue uno de los principales focos receptores del tráfico de esclavos. La isla de Santo Domingo, luego dividida entre Haití y República Dominicana, se convirtió en uno de los primeros puertos de llegada.
Era un buen negocio para Francia, un negocio que pasaba por encima de los ideales que se promulgaban en el país del viejo continente. Mientras Francia desarrollaba las ideas de libertad y democracia que la llevarían a derrocar el Antiguo Régimen en 1789, todavía se preguntaba si los esclavos que trabajaban en las plantaciones de Haití eran personas. Por eso, la Revolución haitiana llegó como una hija bastarda de la Revolución francesa, impensable para el mundo occidental: 800.000 esclavos eran incapaces siquiera de imaginar la libertad, menos de organizarse y derrotar a los soldados franceses.
Solo dos años después de la famosa toma de la Bastilla, en 1791, Haití empezó su propia guerra de la independencia liderada por los mismos esclavos. Duró trece años y castigó duramente tanto a la población como al territorio de la isla, pero finalmente Haití declaró la independencia en 1804: era el primer país de América Latina en independizarse y la primera república negra en constituirse en un mundo donde la esclavitud aún estaba vigente. Pero las consecuencias de haber ganado la guerra fueron devastadoras para Haití.
La comunidad internacional lo condenó al ostracismo. Por ejemplo, Estados Unidos no lo reconoció como país hasta seis décadas después, bajo la presidencia de Abraham Lincoln, cuando los norteamericanos abolieron la esclavitud. Francia, que nunca supo perdonar, le impuso una deuda millonaria que Haití terminó de pagar más de un siglo después. Y el lugar prominente en los libros de historia que le tocaba al primer país latinoamericano independiente y la primera revolución de esclavos exitosa de la era moderna le fue arrebatado para hundir al incómodo Haití, una vez más, en el silencio.
La condena de la deuda
Haití nació con un lastre que ha sido incapaz de sacudirse hasta la actualidad: la deuda. Francia pidió en reparaciones noventa millones de francos de oro de la época, una suma que se estimó equivalía en 2004 a unos 21.000 millones de dólares, siete veces el PIB del país ese año. Ese fue el primer escalón en una espiral de deuda que se llevaría al país por delante. Devastado por la guerra, en plena tormenta de divisiones internas y sin posibilidad de comercializar sus productos por el aislamiento internacional, Haití solo encontró una manera de conseguir el dinero reclamado por Francia: pedir créditos a los bancos europeos y estadounidenses. De hecho, el endeudamiento llegó a provocar una ocupación militar por parte de Estados Unidos en 1915, cuando una de las múltiples revueltas populares que vivió Haití terminó con el asesinato del entonces presidente, Guillaume Sam.
Ante el miedo de que el país sucumbiera al caos y no pudiera pagar la deuda, el presidente estadounidense, Woodrow Wilson, decidió ocupar Haití. Más de trescientos soldados estadounidenses desembarcaron en la isla e impusieron de facto un orden regido por los militares extranjeros, que dos meses más tarde fue reconocido en un Tratado firmado por los dos Gobiernos. El Tratado daba a Estados Unidos poder de veto sobre cualquier decisión gubernamental de Haití y le daba derecho a controlar las finanzas del país y a mantener a sus soldados allí. Estados Unidos se retiró en 1934, con demasiados problemas internos como para ocuparse de Haití después de treinta y dos años de ocupación que no lograron sentar las bases para un país más estable.
El Gobierno haitiano solo consiguió cancelar el total de su primera deuda en 1947 después de haberla convertido en su prioridad pública, hasta el punto que en 1900 se gastó el 80% de su presupuesto nacional en pagar las deudas. Pero 1947 no supuso una liberación para Haití. A pesar de haber cumplido con su primera deuda, el país seguía dependiendo de los préstamos y créditos internacionales para subsistir, como lo había hecho durante los ciento veinte años previos. La inestabilidad política no ayudó, especialmente con el golpe de Estado de François Duvalier, conocido como Papa Doc, en 1956. La dictadura de Duvalier —que luego heredaría su hijo Jean Claude, apodado Baby Doc, hasta 1986—, se caracterizó por la irresponsabilidad económica y el terror de los Tonton Macoutes, bandas paramilitares dedicadas a reprimir a la oposición. Los Duvalier se llenaron los bolsillos sistemáticamente con el dinero de las ayudas internacionales que llegaban a Haití y malgastaron los créditos de los organismos internacionales. Cuando Baby Doc abandonó el país debido a la revuelta popular que finalmente terminó con la dictadura, se llevó con él novecientos millones de dólares, y dejó Haití saqueado y aún más insolvente.
A pesar de ello, ni el Banco Mundial ni el Fondo Monetario Internacional (FMI) consideraron incluir a Haití en la lista de Países Pobres Muy Endeudados, una iniciativa lanzada en 1996 para aliviar a los Estados ahogados por la deuda. En ese momento, Haití todavía debía pagar alrededor de 22.800 millones de dólares, pero ambos organismos no solo mantuvieron su deuda sino que siguieron prestándole dinero. No fue hasta diez años más tarde que el Banco Mundial decidió incluir a Haití en el programa y cancelar 1.200 millones de dólares de deuda, poco más de la mitad de su deuda total de entonces. Eso significa que, incluso después de esta medida, Haití aún debía unos novecientos millones de dólares en 2009.
El porcentaje de la deuda externa de Haití respecto al PIB del país se redujo cuando el FMI y el Banco Mundial cancelaron su deuda, pero desde entonces ha vuelto a remontar.
La situación empeoró en 2010, cuando un terrible terremoto devastó Haití y provocó la muerte de unas 300.000 personas, además de dejar sin hogar a más de un millón y medio. Los organismos financieros internacionales ofrecieron más préstamos como primera reacción al desastre, elevando la deuda de Haití de nuevo a los 1.300 millones de euros. Sin embargo, la reacción de la sociedad civil y de varias organizaciones humanitarias, alarmadas por ese dato en medio de una situación caótica, logró hacer que tanto el FMI como el Banco Mundial cancelaran toda la deuda de Haití.
Sin embargo, hoy la deuda del país es de nuevo elevada: llega casi a los 3.000 millones de dólares, un 33,26% del PIB. Los desastres naturales han seguido azotando la isla, como el huracán Matthew, que en 2016 mató a un millar de personas y causó unos daños económicos de alrededor de 1.900 millones de dólares, el 23% del PIB haitiano, según las estimaciones del FMI. Sin embargo, el Fondo Monetario rechazó volver a cancelar la deuda de Haití y, en cambio, volvió a darle más préstamos para la reconstrucción del país.
La trampa de la ayuda internacional
La deuda no es el único factor que ha mermado la economía haitiana. El país más pobre de América Latina, azotado además por numerosos desastres naturales, es un polo atractor de ayuda internacional desde hace décadas. Por ejemplo, después del terremoto de 2010, se estima que 9.000 millones de dólares llegaron a Haití a través de diferentes ONGs, una cantidad abrumadora para un Gobierno estructuralmente débil en medio de una catástrofe. Lo mismo ocurrió años después, con el huracán Matthew. Y actualmente la ayuda extranjera supone aproximadamente un 20% del PIB haitiano.
Sin embargo, todo este dinero inyectado a Haití tiene una cara oscura: muchos critican que profundiza la dependencia del país del dinero foráneo, además de ser poco efectivo para mejorar la vida real de los haitianos. Un descorazonador estudio publicado a principios de 2020 determinó que solo el 0,9% de la ayuda recaudada entre 2010 y 2012 fue al Gobierno haitiano, mientras que el 0,6% llegó a manos de organizaciones locales. Entonces, ¿dónde fue el resto del dinero? En el caso de USAID, la agencia de cooperación internacional del Gobierno de Estados Unidos, más de la mitad se destinó a organizaciones estadounidenses. En el caso de la Cruz Roja norteamericana, que logró recaudar cerca de 500 millones de dólares para ayudar a Haití, la pregunta aún está sin resolver. Una extensa investigación de la radio pública estadounidense, NPR, intentó responderla sin mucho éxito: encontraron “una cadena de proyectos mal gestionados, gastos cuestionables y dudosas afirmaciones de éxitos”. Por ejemplo, la Cruz Roja aseguró que construiría casas para 130.000 personas, pero llegado 2020 solo había edificado seis casas. De forma similar, USAID prometió 15.000 hogares, de los cuales solo ha logrado levantar novecientos.
USAID desembolsó más de 255 millones de dólares en ayuda para Haití solo en 2018. El mayor pico llegó en 2010, después del terremoto, cuando la agencia estadounidense desembolsó 558 millones de dólares. Fuente: USAID
Estados Unidos aún protagonizó uno más de los grandes despropósitos de la ayuda internacional. Entre las grandes sumas de dinero que aportó el Gobierno para la recuperación de Haití se incluyó un proyecto de trescientos millones de dólares para construir un parque industrial llamado Caracol, una central eléctrica para abastecerlo y hasta un nuevo puerto para asegurarse que los productos del parque industrial podrían ser comercializados fácilmente. Los principales patrocinadores de la iniciativa eran nada menos que el matrinonio Clinton: Hillary en ese momento ejercía como secretaria de Estado, mientras que el expresidente Bill fue designado como coordinador de la respuesta humanitaria del Gobierno. Cabe decir que uno de los sectores económicos primordiales en Haití es el sector textil, que supone un 90% de sus exportaciones y que van a parar mayoritariamente a Estados Unidos, por lo que un nuevo puerto favorecía esa relación comercial.
Años más tarde, la promesa de los Clinton también quedó en nada. El parque industrial entró en funcionamiento, aunque emplea alrededor de 13.000 personas frente a las 65.000 que debía emplear según el plan inicial. Por el contrario, el puerto nunca se hizo realidad: Estados Unidos tuvo que reconocer finalmente que el proyecto no era viable y lo abandonó, sin aclarar qué pasó con todo el dinero invertido.
Las sombras de la ONU en Haití
Pero el dinero mal gestionado y las promesas incumplidas ni siquiera son lo peor que dejó la comunidad internacional en Haití. En 2004, aterrizó en la isla la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSTAH), aceptada por el entonces presidente, Boniface Alexandre, quien había llegado al poder después de un golpe de Estado contra su predecesor. El objetivo de los 10.000 soldados internacionales que llegaron al país era, precisamente, estabilizar la situación después de varios años de luchas de poder. La misión duró hasta 2017, y cuatro presidentes y seis primeros ministros durante ese periodo de tiempo, elegidos en comicios dudosos, ponen en duda el éxito de la misión.
Pero más allá de su desempeño oficial, dos grandes escándalos pesan sobre la cabeza de la ONU con motivo de la MINUSTAH. El primero es un brote de cólera que llegó a afectar a 780.000 personas y provocó más de 10.000 muertes en un país con una población de aproximadamente cuatro millones. La enfermedad llegó a la isla en 2010, justo cuando Haití se encontraba devastado por el terremoto, de la mano de cascos azules nepalíes que participaban en la misión. La ONU negó su implicación en la aparición del virulento brote hasta 2016, cuando el entonces secretario general Ban Ki-moon pidió perdón. Sin embargo, nunca se depuraron responsabilidades ni se indemnizó a las víctimas.
Lo mismo ocurrió con el segundo escándalo de los cascos azules en Haití. Los efectivos supuestamente destinados a salvaguardar la paz en el país cometieron repetidos abusos sexuales, en ocasiones con menores. En 2007, la ONU reconoció que 108 cascos azules srilankeses recibieron sanciones disciplinarias por haber pagado a mujeres menores de edad a cambio de comida y dinero, sanciones que consistieron en devolverles a su país. Con los años, se descubrió que el alcance de las violaciones cometidas por parte de los soldados internacionales eran mucho mayores: un estudio de la Universidad de Birmingham concluyó que más de 2.000 mujeres fueron víctimas de estas violencias. Las mujeres que quedaban embarazadas como fruto de estas relaciones tenían que hacer frente al cuidado de sus hijos solas, ya que sus padres eran repatriados.
Según las víctimas, la respuesta de la ONU está lejos de ser suficiente. A pesar de defender una política de tolerancia cero contra este tipo de violencias, esta organización internacional no persiguió ninguno de los casos demostrados de violaciones o abusos sexuales bajo la premisa de que son los Gobiernos estatales los que tienen la potestad para hacerlo. Un grupo de abogados haitianos inició una decena de juicios de paternidad en 2016 contra cascos azules, pero denunció que la ONU ni siquiera les ha ofrecido muestras de ADN de los implicados.
Pobreza y corrupción, lacras constantes de Haití
Siglos de deudas, dependencia económica del exterior, desastres naturales e intervenciones extranjeras dejan un panorama desolador para Haití. Un 60% de sus habitantes vive con menos de dos dólares diarios y un 24% vive bajo el umbral de extrema pobreza. Además, un tercio requiere asistencia alimentaria urgente, según el Programa Mundial de Alimentos. La esperanza de vida supera por poco los 63 años.
Haití está entre los países del mundo que más muertes han sufrido por catástrofes climáticas.
La situación se ve agravada por la corrupción de una élite política que nunca dejó de aprovecharse de la ayuda internacional para engrosar sus bolsillos. Haití ocupa el puesto 168 de un total de 180 en la clasificación de Transparencia Internacional sobre percepción de corrupción. El último ejemplo es el caso de Petrocaribe, que ha provocado unas virulentas y multitudinarias protestas desde los últimos meses de 2019. Petrocaribe, un programa impulsado en 2005 por el entonces líder venezolano Hugo Chávez, buscaba ofrecer petróleo a países del Caribe a precios reducidos para favorecer su desarrollo. A cambio, los Gobiernos debían invertir el dinero que ahorraban en combustible en programas sociales. En Haití, ese dinero nunca llegó a la población, sino que los dirigentes se apropiaron de más de 2.000 millones de dólares entre 2008 y 2016, según la auditoría realizada por la Corte Superior de Cuentas del país. En esta trama de desvío de dinero están implicados los dos últimos Gobiernos, tanto el de René Préval (2006-2011) como el de Michel Martelly (2011-2016). Pero además también implica al actual presidente, Jovenel Moise, sucesor de Martelly.
Desde que esta trama salió a la luz en 2018, los haitianos no han dejado de protestar, con un repunte de la movilización social a lo largo de 2019. La corrupción no es el único motivo que esgrimen para pedir la renuncia de Moise, que rechaza dejar el cargo: Haití se encuentra al borde de una grave crisis energética desde el escándalo de Petrocaribe, agravada por la crisis en Venezuela, que hace que el país no reciba combustible. Los problemas de abastecimiento están provocando falta de alimentos y de la energía necesaria para mantener en funcionamiento la economía del país.
Haití parece encerrado de nuevo en una ratonera. El pueblo protesta, y las protestas ya han demostrado en el pasado ser capaces de derrocar Gobiernos, pero no de construir alternativas políticas. El Ejecutivo pide ayuda internacional para hacer frente a la crisis energética, una ayuda internacional que la historia señala como culpable de muchos de los males del país. Y el resto del mundo vuelve a guardar silencio mientras Haití se incendia, hasta que un nuevo terremoto o huracán ponga el país de vuelta en el mapa.