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Opinión

El hombre blanco en aquella foto

El hombre blanco en aquella fotoEl hombre blanco en aquella foto

Durante diez años olvidamos una gesta de esas que jamás deberíamos olvidar. Lo recordó el año pasado el escritor italiano Riccardo Gazzaniga y hoy, en plenos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, es el momento de refrescar la memoria.

La fotografía, a veces, engaña. Se trata de la famosa foto tomada durante el podio de los Juegos Olímpicos de México 1968 en las que aparecen los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos descalzos, con la cabeza agachada y el puño alzado envuelto en un guante negro.

Era el símbolo de los Panteras Negras y, por extensión, de la opresión de la población negra de Estados Unidos, un gesto que jamás se ha vuelto a repetir.

Dos hombres negros descalzos, con la cabeza gacha y el puño envuelto en un guante negro que apunta al cielo, mientras suena el himno estadounidense. Un gran gesto simbólico para reivindicar la lucha por los derechos de la población afroamericana en un año cargado de tragedias, como el asesinato de Martin Luther King y Bob Kennedy.

Es la foto de un gesto histórico de dos hombres de color. Pero en el podio había un tercer personaje del que nadie habló nunca, una especie de convidado de piedra que acabó olvidado, incluso en su propio país. Es el atleta blanco que ni está descalzo ni levanta el puño, el australiano Peter Norman, fallecido hace diez años.

Como escribió Gazzaniga, ese tercer hombre parece un intruso que estropea un icono que, sin él, resultaría perfecto. Nunca nadie se interesó por su vida. Sin embargo, también merece salir del olvido, y no sólo por aquella medalla obtenida en la carrera de 200 metros lisos, que recorrió en 20:06 segundos, quedando en segundo lugar detrás de Tommie Smith, que batió el récord del mundo con 19:78 segundos.

En 1968 nadie apostó que alguien como Norman se entrometería en una carrera de negros y lograría la medalla de plata. Y sin embargo aquella carrera nunca será tan recordada como su premiación.

Smith y Carlos habían decidido poner frente a los ojos del mundo entero su batalla por los derechos humanos, y la voz había corrido ya entre los otros atletas. Norman era un blanco y venía de Australia, un país que tenía leyes apartheid muy duras, casi como las de Sudáfrica. También en Australia había tensión y manifestaciones en plazas públicas por las pesadas restricciones contra los aborígenes, entre ellas las adopciones forzadas de bebes nativos a favor de familias de blancos.

Los dos atletas estadounidenses preguntaron a Norman si él creía en los derechos humanos. Norman respondió que sí. Luego le preguntaron si creía en Dios y él, que tenía un pasado en el ejército de salvación, respondió nuevamente que sí. –Sabíamos que íbamos a hacer algo mucho más allá allá de la competencia deportiva, y él nos dijo: ‘estoy con ustedes’ –recuerda John Carlos. –Esperaba ver miedo en los ojos de Norman, y en cambio lo que encontré fue amor.

Smith y Carlos habían decidido subir al podio portando en su pecho el pin del “Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos”, un movimiento de atletas solidarios con la batalla por la igualdad. Tomarían las medallas descalzos, para representar la pobreza en la que vive la población de color. Y se pondrían los famosos guantes negros de piel, símbolo de la lucha de las Panteras Negras.

Pero antes de subir al podio se dieron cuenta que sólo tenían un par de guantes negros. “Pónganse uno cada uno”, sugirió el corredor blanco y ellos aceptaron el consejo. Pero Norman hizo algo más: –Yo creo en eso en que ustedes creen. ¿Tienen uno de esos pines para mí? –dijo indicando el emblema del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos que colgaban ya de su pecho los dos atletas— Así puedo mostrar mi solidaridad con su causa.

Pin del Proyecto Olímpico de los Derechos HumanosPin del Proyecto Olímpico de los Derechos Humanos

 

Smith reconoció haberse sorprendido y pensó: “¿Qué le pasa a este blanco australiano? Ya ganó su medalla de plata, que la porte y basta”. Así que le dijo que no, porque además no estaba dispuesto a salir a recibir la medalla sin el pin. Con ellos estaba Paul Hoffman, atleta estadounidense y activista del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos, que escuchó todo y pensó que “si un australiano blanco quería uno de esos pines, por dios, debía de tenerlo”.

Hoffman no dudó: “Le di el único que tenía, el mío”. Los tres salieron al campo y subieron al podio, el resto ya es historia gracias a la potencia de aquella foto. –No pude ver lo que sucedía detrás de mí –contó Norman—pero entendí que las cosas habían salido como estaban programadas cuando una voz en la multitud comenzó a cantar el himno de los Estados Unidos y de pronto se calló. El estadio se quedó en completo silencio.

El jefe de la delegación estadounidense juró que sus atletas pagarían por toda la vida aquel gesto que nada tenía que ver con el deporte. Inmediatamente Smith y Carlos fueron excluidos del equipo y echados de la villa olímpica, mientras que Hoffman fue acusado también de conspiración.

De regreso a casa los dos velocistas recibieron amenazas de muerte y cargaron con pesadas repercusiones por su decisión. Pero el tiempo, al final, les dio la razón y se convirtieron en paladines de la lucha por los derechos humanos. Fueron reincorporados al equipo estadounidense de atletismo como colaboradores y se les erigió una estatua en la Universidad de San José. En esta estatua no está Peter Norman.

En esta estatua no está Peter NormanEn esta estatua no está Peter Norman

Aquel espacio vacío parece el epitafio de un héroe del que nadie se percató. Un atleta olvidado, eliminado en primer lugar de su país natal, Australia. Cuatro años después de México 68, cuando se llevaron a cabo las Olimpiadas en Múnich, no fue convocado a la escuadra de velocistas australianos, a pesar de haber corrido en 13 ocasiones por debajo del tiempo de calificación de los 200 metros, y cinco veces por debajo de los 100.

Desilusionado por la situación dejó las competiciones atléticas, aunque continuó corriendo a nivel amateur. En su patria, en la Australia blanca que se resistía al cambio, fue marginado, la familia desacreditada y el trabajo se volvió prácticamente imposible de encontrar. Dio clases de educación física, y continuó sus batallas como sindicalista, y ocasionalmente trabajó como carnicero. Una infortunada lesión se le gangrenó gravemente y tuvo problemas de depresión y alcoholismo.

Como dijo John Carlos: “si a nosotros nos dieron una patada en el culo, Peter enfrentó a un país entero, y lo hizo solo”. Por años Norman sólo tuvo una posibilidad para salvarse: fue invitado a condenar el gesto de rebeldía de sus compañeros Tommie Smith y John Carlos a cambio del perdón del sistema que lo había lanzado al ostracismo. El perdón le hubiera permitido encontrar un trabajo fijo a través del Comité Olímpico Australiano, e incluso formar parte de la organización de las olimpiadas de Sidney 2000, pero no lo hizo, jamás condenó la decisión de los dos atletas estadounidenses.

Es el más grande corredor australiano jamás visto, y detenta el récord de su país en los 200 metros, y sin embargo no fue invitado a la ceremonia de los juegos olímpicos en su país. Fue, en cambio, el comité olímpico estadounidense, una vez que se supo la noticia, quien le pidió integrarse a la delegación y lo invitó a la fiesta de cumpleaños del campeón Michael Johnson para quien Norman era un modelo heróico a seguir.

Norman murió de improviso por un ataque al corazón en el 2006, sin que su país lo hubiera jamás reconocido. En el funeral, Tommie Smith y John Carlos, amigos de Norman desde aquel lejano 1968, portaron el féretro en sus espaldas, despidiéndolo como un héroe.

Tommie Smith y John Carlos amigos de Norman portaron el féretro en sus espaldasTommie Smith y John Carlos amigos de Norman portaron el féretro en sus espaldas

“Peter fue un soldado solitario. Decidió conscientemente convertirse en el chivo expiatorio en el nombre de los derechos humanos. No hay otro como él al que Australia debería honrar, reconocer y apreciar”, dijo John Carlos “Pagó el precio de su decisión –explicó Tommie Smith— No fue un simple gesto por ayudarnos a nosotros dos, fue su propia batalla. Fue un hombre blanco, un hombre blanco australiano entre dos hombres de color, de pie en el momento de la victoria, todos en nombre de la misma causa”.

Fue hasta el 2012 cuando el parlamento australiano aprobó una tardía declaración de disculpa con Peter Norman, para reintegrarlo a la historia con estas palabras:

“Este parlamento reconoce el extraordinario resultado atlético de Peter Norman, quien ganó la medalla de plata en los 200 metros en la ciudad de México, con un tiempo de 20.06, el récord australiano aún vigente”.

“Reconocemos el coraje de Peter Norman al portar el símbolo del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos al subir al podio, en solidaridad con Tommie Smith y John Carlos, quienes hicieron el saludo del ‘poder negro'”.

Se disculparon tardíamente con Peter Norman por el error que cometieron al no enviarlo a las olimpiadas de Mónaco en 1972, a pesar de que repetidamente logró la calificación, y reconocieron el rol potente que Peter Norman jugó en la búsqueda de la igualdad racial.

Pero tal vez las palabras que recuerdan mejor a Peter Norman son aquellas simples y sin embargo definitivas con que él mismo explicó las razones de su gesto, cuando fue entrevistado por su nieto Matt durante la grabación del documental “Salute”:

“No veo por qué un hombre negro no puede beber agua de la misma fuente, tomar el mismo autobús o estudiar en la misma escuela que un hombre blanco. Es una injusticia social por la cual nada podía hacer desde donde estaba, pero ciertamente la detesto".

“Se ha dicho que compartir la medalla de plata con lo que sucedió la noche de la premiación manchó mi actuación en la pista, pero es al contrario. Lo debo confesar, estoy muy orgulloso de haber formado parte de eso”.


 

Tomado de Griot Magazine. Lado B / Afrokairós - Fotografías: Riccardo Gazzaniga / Griot Magazine
Observatorio de Medios del Centro de Saberes Africanos, Americanos y Caribeños

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