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Opinión

Entre la esperanza y la guerra

 Toma de posesión de López ObradorToma de posesión de López Obrador

 

Algarabia. Júbilo. Esperanza

A estas alturas de la Revolución de Andrés Manuel López Obrador, el primer presidente de izquierda de este siglo en México, calificarlo como el “faro que hará contrapeso a la restauración conservadora en Latinoamérica” ya es un lugar común, especialmente en las alas progresistas. Es continuar en la fiesta y no vislumbrar la guerra que viene.

Es un hecho que la avasalladora victoria de AMLO, con las riendas del poder en el Ejecutivo y el Congreso, significaron no un respiro, sino una bocanada de alivio para gobiernos que han sido puestos contra la pared por estrategias quirúrgicamente lanzadas por Estados Unidos y aderezadas por sus propios demonios internos, como Nicaragua y Venezuela.

Por ello, fue muy poderosa esa imagen de tres de los presidentes socialistas latinoamericanos -el venezolano Nicolás Maduro; el cubano Miguel Díaz Canel y el boliviano Evo Morales- sentados en Palacio Nacional, disfrutando del festejo del nuevo aliado mexicano, como ellos lo consideran, aunque no necesariamente sea así.

El llamado “Peligro para México” en el año 2006 no se ve a sí mismo en el ala progresista ni de izquierda en el continente, aunque los planteamientos de su organización, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), caminan en ese sentido.

No. López Obrador (AMLO, como le llamamos en México), procura tomar distancia de posturas ideológicas y lo reitera cada vez que puede. Sin embargo, en su discurso de juramentación, se refirió 16 veces al neoliberalismo al explicar las causas de la tragedia nacional.

Lo llamó ineficiente, costoso, corrupto y enfatizó: “Lo digo con realismo y sin prejuicios ideológicos: la política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país”.

Y, si bien demostró que la mirada mexicana pondrá más atención a la región de Latinoamérica y el Caribe -“México no dejará de pensar en Simón Bolívar y en José Martí”, dijo, emocionando a la izquierda regional- también dejó claro que en cuestión de intereses, por dependencia económica y cercanía geográfica, los socios del norte van primero.

“Mantendremos buenas relaciones con todos los pueblos y gobiernos del mundo, por eso agradezco la presencia del señor Michael Pence, vicepresidente de los Estados Unidos y a su señora esposa, Karen Pence..Y quiero destacar que, desde el día primero de julio, desde el día de mi elección, he recibido un trato respetuoso del presidente Donald Trump”. Sí, hablaba así del mismo Trump que solo seis días antes, había ordenado a sus tropas reprimir con gases lacrimógenos a la caravana migrante que intentó cruzar la frontera luego de más de un mes de viaje desde Centroamérica.

No obstante, y aunque sean de manera más discreta, el tabasqueño ha mostrado gestos que pronostican un claro viraje, tal vez no tan radical ni tan inmediato, de la política agresiva e intervencionista de Estados Unidos en la región. Para muestra, está el hecho de que su primer acto público como presidente fue el convenio que firmó con El Salvador, Honduras y Guatemala para lanzar el Plan de Desarrollo Integral para el Triángulo Norte, con el que buscarán impedir la migración a través de programas sociales y económicos y no mediante muros, secuestros o masacres como la de los 72 migrantes de San Fernando.

“En materia de política exterior nos apegaremos a los principios constitucionales de no intervención, autodeterminación de los pueblos, solución pacífica de las controversias”, insistió López Obrador, apegándose a la Doctrina Estrada que caracterizó a la diplomacia internacional durante los gobiernos del PRI (partido en el que, por cierto, inició su carrera política).

Pero no dijo más: no habló de salir del Grupo de Lima o reiterar su condena al bloqueo en Cuba. No: México volverá a ser el amigo de todos sin importar ni alegar cuestiones ideológicas o de derechos humanos. Negocios son negocios (o al menos eso es lo que se ve, por ahora, en la política exterior amloísta).

En su proyecto, en el que no abundaré en este texto, incluye programas sociales con los que deja en claro que la prioridad del gobierno son las personas pobres y desposeídas que tienen, como todas las demás, derecho a ser felices.

Lo que me parece muy necesario resaltar del plan de AMLO es el mecanismo de revocación de mandato, el cual utilizarán sectores de oposición -los mismos que le hicieron el fraude en las presidenciales de 2006- para intentar arrebatarle el poder. La primera consulta se hará en dos años y medio “porque el pueblo pone y el pueblo quita”, sostiene el presidente, aunque los hechos -récord en homicidios el año pasado, más de 37 mil desaparecidos, nueve mujeres asesinadas cada día,  pueblos enteros desplazados y casi 2 mil fosas clandestinas- demuestren que no todo el pueblo es bueno.

Y ese es el principal escenario que, en medio de la algarabía, ha quedado fuera de muchos análisis: la guerra política, económica y social que viene en contra de este proyecto de izquierda.

Las señales han sido tan claras como numerosas: tras la cancelación del aeropuerto en Texcoco, el sector empresarial asustó a propios y extraños con el cuento de que vendría inmediatamente un cataclismo económico que no llegó; a nivel político, los agónicos partidos de oposición como el PRI, PAN y PRD ya empezaron a difundir propaganda contra López Obrador, acusándolo de autoritario; y en la esfera social, no hay que perder de vista la violencia que ha provocado la muerte de militantes o familiares de políticos de MORENA (Recordemos el asesinato de Valeria, la hija de la diputada Carmen Medel, ocurrido a principios de noviembre).

La fiesta impide la alerta. Y esto aumenta el riesgo de que sectores progresistas, que a veces confían en exceso, relajen la vista y esperen cosechar un triunfo que no les pertenece, sino que es fruto de años y años de hartazgo, despojo, violencia y dolor.

También impide ver que la Revolución de AMLO, como muchas, no es feminista, pues aunque impulsa la despenalización del aborto, no se compromete a reducir y combatir los feminicidios y la cultura que los fomenta. La misma ausencia de la palabra en el discurso del Zócalo invisibiliza a las nueve mujeres que son asesinadas cada día en este país.

El renacimiento de México, pues, sigue en la merecida etapa de luces con las que mucha gente soñamos y creíamos no alcanzar a ver nunca.  Pero esas fuerzas que mantuvieron el modelo neoliberal durante cuarenta años, harán pagar caro a treinta millones de mexicanos el habernos atrevido a votar por López Obrador.

La batalla apenas comienza.


Autora: Adriana Esthela Flores(Periodista mexicana)
Observatorio de medios del Centro de Saberes Africanos,Americanos y Caribeños

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