Conquistadores
Con el uso de perros amaestrados y caballos, desconocidos por los indoantillanos, los conquistadores sometieron a estos pueblos originarios, aterrorizados por la eliminación de sus caciques y el exterminio de la mayor parte de los pobladores.
Las primeras víctimas fueron los pueblos originarios en La Española, Cuba, Puerto Rico y enclaves menores, sometidos a condiciones infrahumanas de explotación y las guerras de exterminio; su desaparición como tales ocurrió en el primer siglo de colonización.
A la llegada del almirante Cristóbal Colón (1451-1506), a la segunda de las grandes Antillas que llamó La Española en diciembre de 1492, en este territorio existían cinco cacicazgos tainos:
Marién, cuyo cacique principal era Guacanagarix; Maguá, cacique Guarionex; Maguan, cacique Caonabo; Higüey, cacique Cayacoa y Xaraguá, cacique Bohechío.
En su segundo viaje, Colón ordenó a Alonso de Ojeda capturar al cacique Caonabo, quien hizo alianza con los de Maguá y Xaraguá para enfrentar los abusos de los españoles; se valió de un ardid a fin de lograr su misión y apresar al valiente jefe taino.
Le ofreció unos grilletes dorados, semejantes a pulseras, le brindó montar en su caballo y ya preso lo llevó a La Isabela.
En el trayecto su hermano Manicatex trató de rescatarlo pero Bartolomé Colón con 200 infantes y 20 de caballería -también 20 perros- los derrotó en La Vega Real, provocando una gran matanza el 25 de marzo de 1495.
Cargado de grilletes Caonabo fue enviado a España el 24 de febrero de 1496, junto con 500 aborígenes capturados el año anterior, pero murió durante el viaje.
El empleo de perros se generalizó en la invasión y conquista de los territorios continentales americanos.
Esos perros, de las razas mastín y galgo, eran adiestrados para despedazar a los indígenas y fueron parte del cargamento de esta segunda expedición colombina, organizada en 1493 por el religioso Juan Rodríguez de Fonseca (futuro obispo).
'... los amerindios, bajo la 'torva mirada y los inauditos ladridos de los perros', quedaban totalmente aterrorizados y desconcertados.' 'Mucho teme el indio el caballo y el arcabuz, pero más teme al perro, que en oyendo el ladrido, no para indio', escribió años después el cronista español Bernardo de Vargas Machuca.
Fray Nicolás de Ovando (1451-1511), Gobernador de Las Indias (1501-1509), arribó el 15 de abril de 1502 con una flota de unos 30 navíos y dos mil 500 personas, entre ellos el joven Bartolomé de Las Casas (1474-1566), quien presenció como aplastó toda resistencia de los aborígenes de La Española.
Ovando estableció las encomiendas de indios y fue designado Comendador Mayor de la Orden de Alcántara, de monjes y militares, a la que pertenecía desde la juventud.
Una polémica originó recientemente el pedido del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, que demandó a España una disculpa por los horrores provocados por la conquista hispana, y es rechazada por aquellos que consideran a Hernán Cortés un héroe.
El catedrático universitario de Barcelona y especialista de Historia Militar Antonio Espino López, revisó durante años numerosas crónicas de Indias como bases de su libro La conquista de América: Una revisión crítica (2013, RBA Ediciones).
Espino desmitificó a personajes -falsos héroes- en sus sangrientas prácticas de conquista americana.
En su opinión, en la lectura de numerosos testimonios de la época es evidente que la codicia fue el verdadero motor de la conquista, un deseo brutal por obtener riquezas, lejos de la imagen idílica del único interés por la civilización y la evangelización de sus habitantes.
Quien tiene razón al respecto puede encontrarse, como hizo este investigador, en los documentos de la época y en particular los testimonios de los llamados cronistas de Indias, y en primer término de Fray Bartolomé de Las Casas en sus célebres obras Brevísima relación de la destruición de las Indias e Historia de Las Indias.
A las atrocidades cometidas por los españoles, señaló, comenzaron los indios a buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras.
'Y sé por cierta e infalible ciencia que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, y los cristianos una ni ninguna: nunca tuvieron justa contra los indios', afirmó.
Narró asesinatos horribles y la muerte de Anacaona, hermosa poetisa y esposa de Caonabo, quien reinaba en Xaraguá, después de muerto su hermano el cacique Bohechio.
Allí llegó el gobernador de esa isla con sesenta caballos y más trescientos peones, y arribaron a su llamado más de trescientos originarios a los cuales hizo meter dentro de una casa de paja muy grande, por engaño, y mandó poner fuego y los quemaron vivos.
A otros alancearon y metieron a espada infinita gente, y a la señora Anacaona, por hacerle honra, la ahorcaron, describió Las Casas.
'...fueron infinitas las gentes que yo vide quemar vivas y despedazar y atormentar por diversas y nuevas maneras de muertes y tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron'.
Ya ordenado sacerdote, Las Casas acompañó en 1513 al capitán de las expediciones de conquista de Cuba, Pánfilo de Narváez, que empleó métodos crueles contra la población indígena y sus tropas cometieron numerosos atropellos, entre ellos la matanza de Caonao, cerca de la actual ciudad de Camagüey, donde murieron centenares de indocubanos.
Unos dos millares de indios, en cuclillas, esperaban a los conquistadores en una plazuela para brindarles mucho pescado y casabe.
De pronto, cuando ya había comenzado la distribución, un español atacó a un indio con su espada y se generalizaron los asesinatos.
En presencia de Narváez, pocos quedaron con vida en una gran casona en la que estaban reunidos 500 indígenas. 'Iba el arroyo de sangre, como si hubieran muerto muchas vacas', escribió Las Casas, testigo del hecho.
Era costumbre de Narváez aterrorizar a los indios, montado en una yegua andaluza -animal desconocido por ellos-, que lanzaba coces al compás de cascabeles.
De Cuba escribió Las Casas: 'En obra de tres meses murieron más de siete mil niños y niñas, por ir las madres al trabajo...', '... como llevaban los hombres y mujeres sanos a las minas y los otros trabajos, y quedaban en los pueblos sólo los viejos y enfermos, sin que persona los socorriese y remediase...', '...allí perecían todos de angustia y enfermedad, sobre la rabiosa hambre'.