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Opinión

Los cien años de soledad de Kolmanskop

Vista aérea de KolmaskopVista aérea de Kolmaskop

Macondo pudo existir en Namibia. El viento sopla y a lo lejos resuena el crujido de la madera. El desierto no se rebaja y entierra todo lo que encuentra a su paso. Piscinas desaparecidas entre la arena, jeeps vencidos por el óxido, ruletas rusas que ya no giran, casas coloniales destartaladas, habitaciones inundadas por el polvo.

Este es el retrato desolador de Kolmanskop, una aldea colonial situada entre el desierto namibio y el océano Atlántico que a principios del siglo XX se convirtió en uno de los rincones más opulentos de África.

La carrera desenfrenada por la extracción del diamante motivó la construcción de una pequeña ciudad germano-europea en las dunas del desierto del Namib, que llegó a concentrar a 1.500 habitantes en su época de mayor esplendor.

Namibia, conocida entonces como África del Oeste Alemana, era uno de los pedazos de la tarta africana con que se obsequió al Imperio Alemán tras la celebración de la Conferencia de Berlín en 1884.

Tras dejar bien claro que el salvajismo de los africanos merecía un lavado de “civilización europea”, las potencias participantes en el encuentro iniciaron sus famosas expediciones en busca de asentamientos estratégicos donde gestionar mejor las riquezas de sus nuevas anexiones.

Entre las ciudades namibias de Luderitz, en la costa, y Aus, en el interior, se instaló una compleja línea de ferrocarril que atravesaba parte del abrasador desierto de Namib, con el fin de conectar varios de los yacimientos mineros de la región.

Entrada al pueblo de KolmanskopEntrada al pueblo de Kolmanskop

En plena batalla contra la arena, Zacharias Lewala, encargado de la obra, descubrió una piedra que llamaba la atención entre la monotonía del desierto naranja. Al observarla detenidamente, el inspector de la vía, August Stauch, no tendría la menor duda y confirmaría que se trataba de un diamante. Solicitaron una licencia de prospección y pronto se iniciaron las primeras perforaciones. En esta zona, a apenas 10 kilómetros del océano Atlántico, el diamante era abundante y se hallaba prácticamente a ras del suelo.

La necesidad de albergar a los trabajadores alemanes se hacía más imperiosa a medida que los mineros iban abriendo la tierra de par en par. Con una mano de obra africana prácticamente sometida a los deseos de los germanos, en 1908, en tan solo dos años, se acabó de erigir Kolmanskop.

Al contrario que España o Portugal, los países centroeuropeos solían trasplantar modelos urbanísticos calcados de sus ciudades hacia las colonias. Por extraño que parezca, las condiciones extremas del desierto de Namib no implicaron en ningún momento una adaptación mínima al medio.

Viendo el aspecto actual de Kolmanskop, cuesta creer que esta pequeña aldea contase en la época con un casino, una escuela, un hospital, un salón de conciertos, un gimnasio, una bolera y una piscina pública. La actividad comercial era también frenética. Llegó a haber una fábrica de armarios, una carnicería, una panadería, una planta de energía y marcas propias de refresco y limonada.

Casas consumidas por el desiertoCasas consumidas por el desierto

Además, Kolmanskop fue el primer lugar del África subsahariana que dispuso de una máquina de rayos X. Aunque en un contexto colonial el uso que se le daría sería muy distinto al habitual. En lugar de inspeccionar posibles problemas de salud, este avance científico servía para verificar si los mineros africanos ingerían diamantes que podrían vender posteriormente en el mercado negro.

Ese temor del gobierno alemán por la extracción ilícita también impuso un estricto sistema de visitas a la zona, que evitó todo tipo de desviaciones. El estallido de la Primera Guerra Mundial supuso el inicio de un declive prematuro, a pesar de que durante este período se extrajeron casi 1.000 kg de diamantes.

Alemania se vio obligada a abandonar la zona tras sufrir en 1915 el ataque de las fuerzas armadas de la Unión Sudafricana (actual Sudáfrica), aliada de Gran Bretaña. Ya después de la guerra, la compañía anglo-americana CDM (Consolidated Diamond Mines) absorbería las pequeñas empresas establecidas en la región, y controlaría el mercado del diamante de la zona hasta que el primer gobierno de Namibia creó la empresa NAMDEB en 1995.

Los felices años 20 se celebraron a base de caviar y de champán. Sin embargo, a finales de esa misma década se descubrió un yacimiento diamantino mucho más copioso a 200 kilómetros al sur, concretamente en las orillas del río Orange. La disminución de la actividad económica y social desembocó en un profundo estado de decadencia del que Kolmanskop nunca lograría salir. A esto se sumaría probablemente el mayor obstáculo para el establecimiento de una comunidad en una zona tan árida: el encarecimiento excesivo del transporte de agua potable desde Ciudad del Cabo.

Los últimos habitantes de Kolmanskop abandonaron sus casas en 1956, poniendo fin a la existencia de un pueblo que apenas había cumplido medio siglo de vida. Actualmente, 50 años después, se han iniciado varios planes de rehabilitación de las mansiones con el objeto incentivar cierto movimiento turístico. Aparecen turistas esporádicos, que van, vienen, disparan sus cámaras y continúan el viaje.

Las habitaciones siguen ocupadas por ese nuevo huésped que va llenando los espacios vacíos grano a grano. El desierto no entiende de treguas. Como escribiría Gabriel García Márquez: “Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. Y realmente en Kolmanskop no la tendrán. Al igual que Macondo, todo desaparecerá entre la arena.


Alejandro de los Santos / Fuente: Afribuku
Observatorio de Medios del Centro de Saberes Africanos, Americanos y Caribeños

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