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Cultura y deportes

Pablo Neruda le canta a Simón Bolívar e invoca a Nuestra América

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Neruda le canta a una sola América, no a "las américas"

En el Natalicio de Pablo Neruda, quien nació el 12 de julio de 1904, en Chile, presentamos cinco poemas de su inmortal "Canto General", como todos los grandes de la historia de Nuestra América, el autor se refiere al continente como a uno solo, que integra al Caribe, y las subregiones. Nada de "américas", eso es un ardid que introdujeron los estadounidenses en 1884, con las "cumbres de las américas", bajo el principio maquieavélico de "divides y vencerás".

Entre los poemas seleccionados, esta GUAYAQUIL, una visión de Neruda sobre la entrevista de SImón Bolívar y José de San Martín en Ecuador, la cual selló la libertad de Suramérica. En esta selección se incluye: Amor América (1400): SUBE conmigo, amor americano; AMÉRICA INSURRECTA; GUAYAQUIL (1822) y XVIII  y AMÉRICA NO INVOCO TU NOMBRE EN VANO

(1800); 

AMOR AMÉRICA (1400)

ANTES de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.

             Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

 

No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

 Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.

 Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:

Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.

 Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca. 

  

VIII

 SUBE conmigo, amor americano.

 Besa conmigo las piedras secretas.
La plata torrencial del Urubamba
hace volar el polen a su copa amarilla.
 Vuela el vacío de la enredadera,
la planta pétrea, la guirnalda dura
sobre el silencio del cajón serrano.
Ven, minúscula vida, entre las alas
de la tierra, mientras -cristal y frío, aire golpeado -
apartando esmeraldas combatidas,
oh agua salvaje, bajas de la nieve.

 Amor, amor, hasta la noche abrupta,
desde el sonoro pedernal andino,
hacia la aurora de rodillas rojas,
contempla el hijo ciego de la nieve.

 Oh, Wilkamayu de sonoros hilos,
cuando rompes tus truenos lineales
en blanca espuma, como herida nieve,
cuando tu vendaval acantilado
canta y castiga despertando al cielo,
qué idioma traes a la oreja apenas
desarraigada de tu espuma andina?

 Quién apresó el relámpago del frío
y lo dejó en la altura encadenado,
repartido en sus lágrimas glaciales,
sacudido en sus rápidas espadas,
golpeando sus estambres aguerridos,
conducido en su cama de guerrero,
sobresaltado en su final de roca?

 Qué dicen tus destellos acosados?
Tu secreto relámpago rebelde
antes viajó poblado de palabras?
Quién va rompiendo sílabas heladas,
idiomas negros, estandartes de oro,
bocas profundas, gritos sometidos,
en tus delgadas aguas arteriales?

 Quién va cortando párpados florales
que vienen a mirar desde la tierra?
Quién precipita los racimos muertos
que bajan en tus manos de cascada
a desgranar su noche desgranada
en el carbón de la geología?
 

Quién despeña la rama de los vínculos?
Quién otra vez sepulta los adioses?
 

Amor, amor, no toques la frontera,
ni adores la cabeza sumergida:
deja que el tiempo cumpla su estatura
en su salón de manantiales rotos,
y, entre el agua veloz y las murallas,
recoge el aire del desfiladero,
las paralelas láminas del viento,
el canal ciego de las cordilleras,
el áspero saludo del rocío,
y sube, flor a flor, por la espesura,
pisando la serpiente despeñada.
 

En la escarpada zona, piedra y bosque,
polvo de estrellas verdes, selva clara,
Mantur estalla como un lago vivo
o como un nuevo piso del silencio.
 

Ven a mi propio ser, al alba mía,
hasta las soledades coronadas.
El reino muerto vive todavía.
 

Y en el Reloj la sombra sanguinaria
del cóndor cruza como una nave negra

 

AMÉRICA INSURRECTA

(1800)

 NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta que las praderas trepidaron
cubiertas de metales y galopes.
 

Fue dura la verdad como un arado.
 

    Rompió la tierra, estableció el deseo,
    hundió sus propagandas germinales
    y nació en la secreta primavera.
    Fue callada su flor, fue rechazada
    su reunión de luz, fue combatida
    la levadura colectiva, el beso
    de las banderas escondidas,
    pero surgió rompiendo las paredes,
    apartando las cárceles del suelo.
 

    El pueblo oscuro fue su copa,
    recibió la substancia rechazada,
    la propagó en los límites marítimos,
    la machacó en morteros indomables.
    Y salió con las páginas golpeadas
    y con la primavera en el camino.
    Hora de ayer, hora de mediodía,
    hora de hoy otra vez, hora esperada
    entre el minuto muerto y el que nace,
    en la erizada edad de la mentira.
 

    Patria, naciste de los leñadores,
    de hijos sin bautizar, de carpinteros,
    de los que dieron como un ave extraña
    una gota de sangre voladora,
    y hoy nacerás de nuevo duramente
    desde donde el traidor y el carcelero
    te creen para siempre sumergida.
 

    Hoy nacerás del pueblo como entonces.
 

    Hoy saldrás del carbón y del rocío.
    Hoy llegarás a sacudir las puertas
    con manos maltratadas,con pedazos
    de alma sobreviviente, con racimos
    de miradas que no extinguió la muerte,
    con herramientas hurañas
    armadas bajo los harapos.
 

GUAYAQUIL (1822)
 

CUANDO entró San Martín, algo nocturno
de camino impalpable, sombra, cuero,
entró en la sala.

                                       Bolívar esperaba.
Bolívar olfateó lo que llegaba.
Él era aéreo, rápido, metálico,
todo anticipación, ciencia de vuelo,
su contenido ser temblaba
allí, en el cuarto detenido
en la oscuridad de la historia.
 

        Venía de la altura indecible,
        de la atmósfera constelada,
        iba su ejército adelante
        quebrantando noche y distancia,
        capitán de un cuerpo invisible,
        de la nieve que lo seguía.
        La lámpara tembló, la puerta
        detrás de San Martín mantuvo
        la noche, sus ladridos, un rumor
        tibio de desembocadura.
 

       Las palabras abrieron un sendero
       que iba y volvía en ellos mismos.
       Aquellos dos cuerpos se hablaban,
       se rechazaban, se escondían,
       se incomunicaban, se huían.
 

       San Martín traía del Sur
       un saco de números grises,
       la soledad de las monturas
       infatigables, los caballos
       batiendo tierras, agregándose
       a su fortaleza arenaria.
       Entraron con él los ásperos
       arrieros de Chile, un lento
       ejército ferruginoso,
       el espacio preparatorio,
       las banderas con apellidos
       envejecidos en la pampa.
 

Cuanto hablaron cayó de cuerpo a cuerpo
en el silencio, en el hondo intersticio.
No eran palabras, era la profunda
emanación de las tierras adversas,
de la piedra humana que toca
otro metal inaccesible.
Las palabras volvieron a su sitio.
 

Cada uno, delante de sus ojos
veía sus banderas.
Uno, el tiempo con flores deslumbrantes,
otro, el roído pasado,
los desgarrones de la tropa.
 

       Junto a Bolívar una mano blanca
       lo esperaba, lo despedía,
       acumulaba su acicate ardiente,
       extendía el lino en el tálamo.
       San Martín era fiel a su pradera.
       Su sueño era un galope,
       una red de correas y peligros.
       Su libertad era una pampa unánime.
       Un orden cereal fue su victoria.
 

       Bolívar construía un sueño,
       una ignorada dimensión, un fuego
       de velocidad duradera,
       tan incomunicable, que lo hacía
       prisionero, entregado a su substancia.
 

       Cayeron las palabras y el silencio.
       Se abrió otra vez la puerta, otra vez toda
       la noche americana, el ancho río
       de muchos labios palpitó un segundo.
 

           San Martín regresó de aquella noche
           hacia las soledades, hacia el trigo.
           Bolívar siguió solo. 
 

XVIII
AMÉRICA NO INVOCO TU NOMBRE EN VANO

 AMÉRICA, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.

 

Para ver la efeméride de Neruda, toque esta línea.


 Publicado por
Agencia Internacional del SUR (AiSUR)
Premio Nacional de Periodismo Anibal Nazoa, 2020. Venezuela


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